Koke sigue manteniendo ese aspecto propio de chico de barrio. La humildad de su Vallecas natal, se impregna también en su forma de ser tanto dentro como fuera del campo. Jugador de pocos aspavientos en la cancha (antítesis natural del irascible Diego Costa) continúa siendo igual de tímido cuando algún periodista le planta un micrófono delante. Frases cortas, sencillas, de reflexiones lógicas y más bien discretas. Anoche, tras el partido en el Bernabéu, se ruborizaba cuando en una entrevista de radio le preguntaban si el éxito se le había subido a la cabeza. En absoluto. Jugó a lo grande. Fue capital en la victoria de su Atlético en el feudo del Real Madrid. Desafiando el potencial económico y social del rival y aplicando su propia receta, la naturalidad.
La misma con la que presiona, triangula, se multiplica apareciendo por izquierda, derecha o centro. Este madrileño (formado inicialmente en la cantera del Rayo para emigrar con posterioridad al Calderón), tiene sorprendido a sus propios compañeros. Su progresión es imparable. Incluso empieza a acumular galones de mando, aquéllos que le permiten, por ejemplo, encargarse de los lanzamientos a balón parado (¿se acuerdan de Milinko Pantic?). Y todo ello, sin hacer excesivo ruido. Ni siquiera entre sus colegas de promoción en el ámbito nacional. Los Thiago, Isco o Tello acaparan más titulares. Pero Koke, tanto en su club como en las categorías inferiores de la Selección, siempre está ahí, como ese pegamento que ensambla las piezas de un puzzle. Su polivalencia le ha hecho ya jugar en la "Roja" de Del Bosque en la demarcación de lateral diestro, abandonando la zona medular de su club que tanto y tan bien conoce. Con más de 80 partidos en Primera a sus 21 años, hay futbolista para rato. Nadie mejor que él representa a este Atleti de Simeone. Ese Atleti que ayer ganó por segunda vez en menos de medio año al Real Madrid en su campo y que sigue creciendo a la misma velocidad a la que lo hace Jorge Resurrección Merodio. Futbolísticamente, Koke.
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